El minimalismo

Minimalismo como filosofía pretende desvincular el verbo 'tener' con el verbo 'ser.' Se trata de separar el valor de una persona de lo que le pertenezca. Dicho esto, minimalismo no lleva un dogma místico ni una serie de reglas para que uno obedezca. No es una religión a la que uno se inscriba, sino minimalismo le ofrece dos preguntas bien simples a la superficie:  1) ¿esta cosa me necesita a mí? y 2) ¿esta cosa me hace feliz? Bien simples aunque bien poderosas, porque le piden evaluar de nuevo en cómo nos definimos.

Antes de mudarme a Albuquerque desde Holland, tuve que deshacerme de la gran mayoría de objetos que me había acumulado en la vida. En términos concretos, tuve que poner manos a la obra para deshacerme de todo lo que llenaba una casa de 140 metros cuadrados. Vendí mi moto y todos los aparatos eléctricos. Les di a amigos y organizaciones sin fines de lucro locales los muebles, la ropa, las cosas de cocina. Lo que cabía en mi Volkswagen sobrevivirían la purga. Y el Jetta permitía muy poco después de contar con el perro y yo. La casa se vació para que la agente la vendiera mientras yo estaba en Nuevo México. Pero, regresando al tercio, ¿cómo elegía lo que se guardó y lo que se deshizo según la filosofía de minimalismo?

Todo empezó con una variación de la primera pegunta: "¿es imprescindible que se guardara esta cosa?" Pero, en general, hay que tener un objeto -- un objeto cualquiera -- cogerla y mirarla para decidir si te aporta felicidad o no. ¿Sí? Guárdala. ¿No? Hay varias opciones. Lo mas fácil es encontrar otro sitio en donde ponerla. Algo más difícil es darle gracias por la felicidad que te hubiera brindado en el pasado y entonces llévala a reciclar, busca a un artista que pueda crear de ella algo nuevo, donársela a una organización comunitaria, o tirarla. Sin duda, se requiere coger práctica con esta filosofía de tirar o recrear tus objetos. Al principio se viene sin mucha dificultad. Dicho esto, seguir este camino te llevará a enfrentarte con apenas las cosas con valor sentimental y ésta te pone en terreno mas difícil. Valores sentimentales llevan menos una función que un recuerdo. Es muchísimo mas fácil tirar un contenedor de azúcar en la cocina que tirar algo que pertenecía a tus abuelos (a menos de que ése precioso contenedor te hubiera sido regalado por tu santa abuelita y en éste caso, estás jodido).

Sin duda, lo que me costó mucho trabajo deshacerme era los libros. Se llenaban las estancias y superficies de mi entonces casa con cientos de libros (comprado, dado como regalos, y obtenido en maneras misteriosas) desde hace dos décadas. Los libros eran mi vicio. O mis hijos. Llevaban valor sentimental y no importaba la diferencia. Alguna vez, mi hermano mayor visitó y me preguntó por qué no quitaba unos de mis libros. ¿acaso no tenías muchos libros pero poco espacio? Se suponía que tenía cierta razón. Ya de por sí me era muy difícil mantener organizada la casa y también los libros. Sin embargo, le contesté no meter la nariz donde no pertenecía o mejor que se fuera al carajo. Se paró la conversación. Y reímos. Cada loco con su tema, ¿no?

Al llegar a Albuquerque, me encontré muy tranquilo aquella primera mañana dentro de un apartamento nuevo, pequeño, y -- más importante -- vacío. Tenía lo necesario. No tuve ni un colchón o lugar donde sentar pero me sentía muy a gusto. Echando una mirada a mi alrededor mientras el perro investigaba con cuidado su nuevo hogar, puse un ojo a las muy pocas cajas de cartón y entonces a la Sierra de Sandía vista por la ventana principal y me di cuenta de que volvía a la vida.

El próximo día fui a una tienda de libros de segunda mano.




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