Una comida para todos

De todos los festivos nacionales que celebramos en este país, el Día de Acción de Gracias es el único que se base en la bondad en la comida. O, para ser honesto, en una cena contundente que siempre tiene lugar en la penúltima semana de noviembre: el pavo horneado, el relleno, las verduras, las papas, los ñames, y los pasteles hechos por varios tipos de fruta. Cada uno rico, que se suman a una cena muy de otoño conocida más allá de nuestras fronteras (aunque cabe mencionar que también se celebra por nuestros vecinos los canadienses en los principios de octubre).

Según un mito popular, el festivo se base tanto en la temporada de la cosecha como en un acuerdo antiguo de amistad entre los colonialistas y los indígenas. Es bastante numerosa la cantidad de argumentos sobre lo cual hubiera ocurrido de verdad siglos antes.  Sea lo que sea y sin profundizar mucho en la historia de este día nacional, lo que más importa es la llamada a nosotros ciudadanos extendernos: para compartir nuestros recursos -- que sean tiempo, dinero, amor, regalos, paciencia -- con los que nos rodean. Si se conozcan o no. Y eso es el tema de hoy.

Hace unas semanas, y como es costumbre, nuestra iglesia preparó una cena gratis y comunitaria. Se montan estas cenas por todas partes de la nación tanto en cocinas privadas como en salas enormes. Nuestra cocina suele ser suficiente para servir a los asistentes por un evento interno. Al público no tanto. Así, la llamada de echarle una mano a la comité la cual había montando la cena del año pasado se lanzó en octubre. Y por razón. En la de 2017, se nos acabó la comida por no haber esperado que tanta gente viniera. Somos una iglesia tirando a pequeña que se encuentra en un barrio de la ciudad en el cual hay muchas otras. Se esperaba que sesenta o ochenta personas vinieran pero resultó que casi ciento se asomó. Sin querer repetirse el mismo error del año pasado, empezamos preparándonos guisar una comida para mas de cien personas.

Las preparaciones comenzaron dos días antes del festivo sí mismo. Hay dos hornos en la cocina de la iglesia, un número muy lejos de lo suficiente por cumplir tal proyecto. Así que se reclutaron los hornos de nosotros que vivíamos cerca. Desafortunadamente, quedó el mío sin ser usado por vivir a una distancia de la iglesia y también por no tener coche para traérselo. Para evitar que todo se diera frío mientras esperando que los invitados llegaran, se pusieron los pavos en varias ollas eléctricas, se tiraron las verduras en los asadores, y se calentaron las papas en fuego lento. El deber que se me dio era el de la logística: dar una mano en organizar los alimentos ya guisados en platos para que los "camareros" los cogieran y se los llevaran a los invitados. Y mi dieron el puesto indicado, sabiendo muy bien que no se me robaba la comida por ser vegetariano. Se le puso caldo o carne en todos los alimentos, dejándolos muy afuera de mi alcance. De hecho, no se me perdía la ironía de que yo pasaba algo de hambre mientras estar rodeado por comida.

Unas ciento y pico personas acudieron a la iglesia para gozar una cena rica y, esperábamos, divertirse pasando tiempo con otros. Era muy bonito, hacíamos piña entre nosotros para brindarle a la comunidad una cena que todos participamos en llevarse a cabo. Muy poca comida quedó desperdiciada. Haber cogido experiencia de los últimos años, se compraron una cantidad de contenedores para llevar en los que se ponía la comida de sobra. Los invitados que querían llevárselo pudo hacerlo, tal que no había casi nada en los refris el día siguiente.


Se había llevado dos meses preparando esta cena y todo salió perfectamente.







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