Una ciudad sin forasteros
Al leer un ensayo escrito en las vísperas de la última década del siglo previo, me llamó
la atención mucho la descripción del capital español siendo una ciudad sin foráneos. La Madrid plural. El escritor pretende imaginar lo que pensaran los residentes actuales de cuyos abuelos le referirían a la plana ciudad de la Meseta en su plural: los Madriles (tal palabra que hasta ni Google ni Microsoft reconocen). Señor Carandell anda brevemente por la historia de la ciudad, en la cual la ciudad servía como un imán de gente venidas de todas partes -- por lo bueno y lo malo.
Lo que me gustó mucho del ensayo fue el doble sentido de la expresión "sin forasteros." Tanto por el del deseo de los xenófobos a quienes les gustaría echar todos
los extranjeros de la ciudad, como el de la mayoría de los capitalinos a quienes les da un
gran gusto al encontrarse socios en una ciudad tan cosmopolita y moderna como Madrid sea. Dicho esto, me pregunto en qué el Señor Carandell piense de su lema no oficial de Madrid tras las varias oleadas de cambios que se le trajeron a la capital en estas últimas casi tres décadas: la inmigración desde América Latina y África, la crisis económica mundial de 2007-2013, y la actual discusión constitucional nacional con su gran rival Barcelona. Para
hacer una lista breve.
Sobre la cultura y sociedad madrileña no me atrevo fingirme ningún tipo de experto
aunque me encuentro después de todos estos años algo capaz de mantener una
conversación dinámica sobre estos temas. Discusiones fuertes, incluso -- como me enteré el verano pasado al caerme en una polémica con un abogado amigo sobre los maniobras políticos cínicos que tenían lugar en Cataluña.
Mientras estar en Madrid, quería dejar de ser un foráneo – algo que había
logrado cumplir con éxito a la superficie: pasaba las mañanas en un café con
El País mientras escuchando a escondidas a los señores mayores quejándose sobre
cualquiera, cogía el Metro luego bajando al azar a una estación nunca conocida para explorar su aldea con la esperanza de hablar
castellano sin pelos en la lengua (mejor dicho, sin decir ni una palabra en
inglés). En otras palabras: ser más culto en todo lo español que los demás
visitantes.
El adjetivo es la clave: visitante. Yo no me consideraba un turista cualquiera sino un español en formación. Qué presumido y ridículo era! Se había quedado en el olvido el modismo inglés, "hay que probar antes de juzgar." No quería probar ser turista ni experimentar el juicio de los madrileños hacia los turistas tal y como fuera. Creía yo que saber el terreno político actual,
las nombres de todas las comunidades autónomas y quien es Antonio Orozco me trajera entradas gratis a la sociedad española. A veces esa información inútil les sorprendía a los madrileños pero no me llevaba a muchos sitios – o, a lo mejor, a muchos sitios interesantes. Resultó que todo eso tenía más que ver con una huida hacía el abismo que una gran oportunidad de aprender que seguramente era.
Regresando al tema de hoy, espero que esta Madrid del Señor Carandell se me hubiera conocido cuando todavía yo tenía los 20 y 30. Es más probable que lo hubiera pasado muchísimo mejor. De esta lección, se me ocurre aplicársela al lugar donde ya vivo: Chicago. Como el capital ibérico, Chicago no se encuentra dentro de muros que lo protejan. Es una ciudad abierta, acogedora, y cosmopolita. Están abiertas nuestras puertas a todo el mundo, sin importar de donde venga. Por el otro lado, depende en sus residentes para defenderlo frente a quienes pretenden quebrarlo según sus malas intenciones. En lugar de pretender quedarme separado de los turistas, mejor que pase por esas zonas en las cuales se disfrutan por ellos si tan solo para darles direcciones. Que hago yo lo que pueda para aprender de las oportunidades pérdidas en Madrid aplicándoselas a un Chicago mejor y sin forasteros.
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